
El rol de los países que miran para otro lado ante la ola inmigratoria que inunda Europa. Acusaciones cruzadas de potencias mundiales.
Suelen ser niños los que descorren el velo de la hipocresía. El mundo trata de mirar para otro lado y hacer de cuenta que no sabe, hasta que la imagen de la infancia victimizada lo anoticia de lo que ya sabía, pero simulaba ignorar.
En 1972, fue la pequeña Kim Phuc corriendo desnudita y gritando “quema, quema”, quien anotició a los norteamericanos partidarios de continuar la guerra en Vietnam hasta que no queden comunistas, que las bombas de napalm no sólo quemaban a los vietcong, sino también a los campesinos y a sus hijos.
Ahora fue el cadáver de un niño, lamido por las olas en una playa de Turquía, el que anotició al mundo entero lo que desde hace meses resulta más que evidente: en los naufragios de las barcazas destartaladas que se aventuran hacia costas europeas, también viajan niños. Y prácticamente todas las semanas mueren decenas de niños ahogados con sus padres, en la deriva de la desesperación.
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